domingo, 29 de enero de 2012

"Sé que ya estoy en la cuenta regresiva"

Habitación 824 en un lujoso hotel puntaesteño. Un canal de televisión local prepara su set en el living central. La prensa argentina saca fotos desde la terraza. Se abre una puerta corrediza. Entra él. Diego Forlán Corazo.
Una camisa holgada celeste, un jean oscuro y championes azules al tono. Mira de reojo la cama de dos plazas y dice: "Si me tiro no me levanta nadie". Está relajado. Hoy no carga con esa responsabilidad de ordenar el juego de su equipo, y que le valió estar entre los diez mejores armadores del mundo, de acuerdo al anuncio de la Federación Internacional de Estadística del Fútbol del 3 de enero de este año.
Su rostro, casi lampiño, es la estampa de un niño que no quiere irse. De ese adolescente Diego Forlán, cobijado por una familia que él siente como "modelo", no duda en señalar: "Como soy hoy es gracias a mi papá y mi mamá". Un ADN que va más allá de tres generaciones de campeones de América (abuelo, padre e hijo). Una genética que lo ayuda a conservar su físico, aún haciendo sólo entre 50 y 60 abdominales por día. "En mi caso se me da que tengo mucha definición en la zona abdominal", explica y se ríe.
Su imagen es parte de su éxito. Sus mechones rubios aparecen en publicidades de teléfonos celulares, organizaciones por los derechos de los niños y hasta de su propia marca de merchandising. Y eso que no se cuida el cabello y usa cremas sólo cuando tiene "la piel muy seca".
Los años le han moldeado sus gustos y creencias. Ya no tiene cábalas. "Más de chico sí. En baby fútbol jugábamos un campeonato interdepartamental y viajábamos al interior. Yo siempre jugaba con el mismo jogging. Era de color gris y azul. Con esa ropa siempre hacía goles y goles. Una vez nos compraron equipos deportivos para todos. Ese día no hice ni un gol y perdimos", recuerda. Hoy, camino a sus 33 años, la fe se reduce a la religiosidad. Cree en Dios y le reza antes de cada partido. Aunque va más allá, y confiesa: "Le pido de todo".
Sin embargo, en el fútbol no tiene dioses. "He mirado y admirado a Marco Van Basten", dice. Lo considera su modelo. No hace diferencia entre Pelé, Maradona y Messi porque vive su época. Aunque, sin ataduras, afirma que "la Pulga rosarina" es "el mejor del mundo". Y lo disfruta. Con el Rey brasileño lo une una relación especial. Un vínculo que se forjó por un pedazo de tela y del que Diego está orgulloso. Tuvo, durante tres días, la camiseta del 10 en su armario. Su padre, Pablo, se la regaló para la colección de remeras de fútbol que tiene el delantero rubio. Pero a los tres días se la quitó. La reliquia fue a parar a los Forlán por aquellos años en los que vivían en Brasil. Ahora es parte de los recuerdos de Pablo. Diego se conforma con juntar las de sus adversarios "por algo muy particular: ser amigo o conocido".
El país norteño es más que un pasaje en la vida de la familia carrasquense. Cuando la madre de Diego estaba embarazada de él, tenía a su mejor amiga en Brasil -también embarazada- y le quería poner a su hijo Diego. Como Forlán nació primero, se quedó con el codiciado nombre. El hijo de la amiga se llamó Tiago (como Diego en portugués). "Me encanta el nombre", cuenta el jugador. "Me gustaría que mi hijo se llamara Diego, pero no da porque yo me llamo así", se lamenta.
Formar su propia familia "es una tarea pendiente". Desea tener hijos, pero su soltería no le inquieta. "Hoy me toca estar soltero y ya me tocará estar en pareja", dice. Para armar su propio hogar considera que debe estar con alguien que ame. Por ahora "no hay nada que supere a mi familia", asegura. Habla sobre su estado sentimental como repitiendo un disco. Sabe que cada vez que llega a Uruguay algún periodista lo consultará al respecto. Eso le molesta. Su enojo tras la separación con la modelo Zaira Nara partió de los comentarios mediáticos. Aunque cuando lo tildaron de homosexual dice que no le molestó. "Yo sé bien quién soy. Cada uno sabe. Nos conocemos todos y sabemos bien quién es quién", afirma con seriedad. Asegura que no tiene prejuicios. No jugó con ningún jugador que haya "salido del armario", por más que imagina que "no habría problema en ningún equipo".
Su pareja ideal "debe ser sincera, buena gente y …". Se ríe. Mira al piso. Tímido. Piensa algo que no puede decir. O no quiere. Es Forlán.
Es un señor. "Es la educación que tengo y disfruto de ella", explica. Su humildad, la misma que lo hace hablar con frases cortas y sin rodeos, no le permite juzgar en público a los demás. "No soy quién para hacerlo", reflexiona. Sí se anima a aventurar que el jugador de hoy está más preparado que el de antes. "Es bueno que al crecer uno sepa que no siempre llega a Primera División, y es fundamental tener estudios para saber qué hacer luego", dice sin saber cuál será su destino.
A fines de diciembre lanzó su marca de ropa. No lo hizo pensando en el negocio de su vida, sino como un proyecto familiar. Y, a pesar de que no habla sobre su retiro, no descarta ser un empresario. "Soy consciente de que ya estoy en la cuenta regresiva", dice, y afirma que eso no le da miedo. Lo único que lo asusta "es la altura". Y eso que está en la cima.
Desde la cúspide no reniega de su pasado ni del confort de su niñez. Ha tenido facilidades que no son habituales entre sus pares. Su llegada tardía al fútbol profesional estuvo marcada por la disyuntiva planteada entre estudiar Economía en una universidad estadounidense o triunfar en el fútbol argentino. El resultado es evidente, ganó lo segundo.
Ahora, la buena vida es parte de su profesión, pero no de sus preocupaciones. "Yo uso lo que me gusta; sea de marca o no. Me ha pasado de tener la oportunidad de comprar cosas que eran caras, pero sabía que era un despropósito porque lo iba a tener guardado sin usar. Quizás voy a una tienda que nadie se imagina y me llevo 20.000 cosas porque todo me gusta", cuenta.
El mejor jugador del Mundial de Sudáfrica viste con elegancia. Con la misma prolijidad que exhibe en su juego. Es de poco transpirar, pero suda la camiseta. Sobre todo la Celeste. Es el goleador histórico de la selección uruguaya con 32 goles en 84 partidos jugados entre copas del mundo, copas América, eliminatorias y partidos amistosos.
Además, desde 1998 jugó 523 partidos en cinco clubes diferentes (Independiente de Argentina; Manchester United de Inglaterra; Villarreal de España; Atlético de Madrid de España e Inter de Italia) y convirtió 213 goles.
Habiendo integrado cuatro equipos europeos de tres países distintos, Forlán asegura no haber recibido nunca un insulto por su procedencia latinoamericana. "No he tenido problemas de discriminación ni dentro ni fuera de la cancha", cuenta. "Lo de Suárez es una pena porque sabemos lo buen pibe que es", dice en relación al episodio que enfrentó al delantero uruguayo Luis Suárez con el jugador francés Patrice Evra en un partido por la liga inglesa, a fines de 2011.
Forlán quiere estar más allá de comentarios y estadísticas. Quiere jugar "todo lo que pueda", aunque sabe que su profesión "no es para toda la vida". Vestir la camiseta de Peñarol es su sueño, pero admite que si se cumple difícilmente mantenga el nivel futbolístico del delantero en Europa. Ya está en la cuenta regresiva.
"Tener hijos Y formar mi propia familia es una tarea pendiente"

SUS COSAS

SU RELOJ

Está acostumbrado a meter goles en la hora. En 2010 anotó el tanto que le dio la Europa League al Atlético de Madrid. Lo hizo en los descuentos. Final de la Copa América 2011. El juez estaba por terminar el partido. El "Cachavacha" aprovechó. Metió el tercer gol de la sentencia. Fuera de la cancha tiene dos relojes. Ambos marca Hublot.

SU DISCO

In Between Dreams, de Jack Johnson, es su favorito. En el vestuario del Inter cada uno escucha su música. En la Celeste "mucha cumbia y un poco de la Vela Puerca". Él se deleita con la marcha y David Guetta. Junto al ayudante técnico Mario Rebollo, comparten el amor por los oldies. "Nunca fui a nostalgiar". Se conforma con escuchar los hits antes de los partidos.

SU TELÉFONO

Tuitea desde su BlackBerry. Al cierre de esta edición son 693 los mensajes que dejó en su cuenta @DiegoForlan7. Es seguidor de periodistas deportivos y de jugadores como Luis Suárez y el holandés Wesley Sneijder. A él lo siguen más de dos millones de usuarios. En su teléfono sólo atiende a los números que conoce. Y para hablar desde Uruguay hay que congeniar previamente la hora.

SU LIBRO

¡Basta de historias!, de Andrés Oppenheimer fue el último libro que leyó "hace un par de meses". Es un jugador que lee "de a ratos" y por períodos. "A veces arranco y me leo todo. Luego, paso unos meses sin tocar un libro". Antes, era uno de los pocos que leía en las concentraciones. Hoy, "hay muchos que no se los ve y leen en sus habitaciones".

SU AFEITADORA

Usa una Gillette de dos hojas. No se afeita todos los días. Igual la barba casi no le crece. No es de lo que más le importa. Cada tanto le asoman unos pequeños pelos rubios, un poco más oscuros que su cabellera. Con la palma abierta se toca la poca pelusa que tiene. "Estoy medio vago los últimos días", dice, y levanta los hombros excusándose.

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